ASCENSIÓN DEL SEÑOR – 24. MAYO. 2020

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ASCENSIÓN DEL SEÑOR – 24 DE MAYO DE 2020

En este domingo séptimo de Pascua celebramos la Ascensión del Señor, que anteriormente se celebraba en el jueves anterior (era uno de los “tres jueves que relucen más que el sol”). Así pues, en este domingo al Señor en su ascensión a los cielos, en su elevación a la derecha del Padre y nos dice el evangelista Juan que nadie sube al cielo sino el que bajó del cielo. Así pues, en la Ascensión del Señor, la naturaleza humana, asumida por el Hijo de Dios en la Encarnación, es elevada a la naturaleza divina, se cumple así lo expresado por san Ireneo de Lyon en el siglo II: “El Hijo de Dios se hizo hombre para que el hombre venga a ser hijo de Dios”. Podemos decir, por tanto, que la Ascensión constituye la culminación de la Pascua. El hombre pecador en Adán ha sido constituido Hijo de Dios en el nuevo Adán.

Entonces ¿qué pasa? ¿Es que el Señor nos deja solos en el mundo? El evangelio es claro: “sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos”. Ante esa presencia de Jesús con nosotros, ¿Cuál debe de ser nuestra actitud? Porque como nos decía el ángel del Señor en la primera lectura de los Hechos de los apóstoles: “¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?”.

Esto dijo a los apóstoles desconcertados, por la partida del Maestro, esto nos dice a nosotros hoy, también. No podemos quedarnos plantados mirando al cielo, nuestra fe no tiene que recluirse en una rutina cómoda, tenemos que salir a evangelizar, es lo que nos está pidiendo el Papa Francisco constantemente como expresó en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium: “Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio”. Es lo que nos dice hoy el evangelio: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”. Con tres palabras el Señor nos indica la misión: ID – BAUTIZAD –ENSEÑAD.

A). ID.: Invitación a ponerse en camino es “Id a hacer discípulos”, Jesús-Maestro forma a los discípulos para que, ellos a su vez, sean formadores de discípulos. El contenido de la misión es el discipulado. Pero ¿quiénes son los discípulos?: “…. a todos los pueblos …”

Esto implica que el discipulado no se puede limitar a Israel, sino a los no judíos, a los gentiles.

B). BAUTIZAD.: Bautizar significa literalmente “sumergir”, “hacer una inmersión”, que, en este caso, desde las palabras de Mateo sería sumergir en la relación trinitaria, pues dice: “Bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. La expresión “en el nombre” significa el nombre de Dios revelado a lo largo del ministerio de Jesús. Por eso el discípulo bautizado tiene que aprender y practicar una triple relación:

•        Relación con Dios en Jesús de Nazaret. Relacionarnos con Dios como Jesús quiere que nos relacionemos.

•        Relación con los demás en la persona de Cristo, como Jesús se relaciona con ellos.

•        Relación con los bienes de la tierra como Jesús se relacionaba con ellos.

C). ENSEÑAD.

         Por tanto, este imperativo de Jesús se refiere a enseñar a practicar: La doctrina de Jesús, la misma catequesis es una iniciación a la vida, se trata, entonces de crear el hábito a base de práctica pues la formación se conoce por los hábitos.

         Llevando todo esto a la práctica es como podremos cumplir el mandato de Jesús a punto de subir al cielo, como nos decía la primera lectura de los Hechos de los apóstoles: Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y “hasta el confín de la tierra”.

         Por ello, la palabra de Dios de este día nos deja en actitud de esperanza en la espera del Espíritu Santo, la espera de Pentecostés para que podamos proclamar el mensaje  del Papa san Juan XXIII, en la convocatoria del Concilio Vaticano II, en la constitución apostólica “Humanae salutis”: “Renueva en nuestro tiempo los prodigios como de UN NUEVO PENTECOSTÉS, y concede que la Iglesia santa, reunida en unánime y más intensa oración en torno a María, Madre de Jesús, y guiada por Pedro, propague el reino del Salvador divino, que es reino de verdad, de justicia, de amor y de paz”.

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